sábado, 23 de abril de 2016

La Conversión pastoral del Catolicismo (Domingo V de Pascua)

La lectura del Libro de los Hechos de los Apóstoles que la Iglesia nos propone para este Quinto Domingo de Pascua nos cuenta el final de la primera misión de Pablo y Bernabé. "En cada comunidad establecieron presbíteros y con oración y ayuno, los encomendaron al Señor en el que habían creído" (14, 23) Todo el texto nos va nombrando los lugares por donde van y cómo va creciendo la Iglesia con el testimonio de la Palabra de Dios.

Es hermoso ver ese crecimiento que sigue hasta el día de hoy y del que nosotros mismos debemos formar parte, porque a la lista de aquellas primeras comunidades se suma también la nuestra; con su identidad y su cultura.

Nuestra manera de ser como pueblo viene a sumarse a la inmensa riqueza de la Iglesia, vienen a engalanarla como la novia a la que se refiere el Apocalipsis en la segunda lectura de este domingo (21, 1-5) Sí, porque nuestro bagaje cultural es una riqueza en la manera de vivir, expresar y proclamar la fe de Cristo, aquella que nos entregó su Iglesia.

Una manera que nos es propia, pero que no nos encierra en un chovinismo, sino que nos abre a la comunión con otras formas de religiosidad. Nos hermana con otros que ven las mismas cosas pero tal vez desde otra perspectiva. Esto es lo que nos hace verdaderamente católicos, parte de la Iglesia fundada por Cristo y presente en cada pueblo que, desde su identidad, asume el Evangelio como un regalo que lo lleva a superarse constantemente.

Como aquellas primeras comunidades, como la de Antioquía desde donde Pablo y Bernabé partieron para evangelizar el mundo, nosotros también debemos testimoniar la Palabra Divina que hemos recibido.  Pero nuestro testimonio no pasa por el hablar bien, ni por los grandes eventos que podamos generar para atraer mucha gente. Nuestro testimonio pasa por vivir el mandamiento nuevo del amor.

El Evangelio propuesto para este domingo nos lo trae (Jn 13, 31-35) y nos advierte por boca de Jesús "En esto reconocerán que ustedes son mis discípulos; en el amor que se tengan los unos a los otros" (v 35)

Si queremos ser una Iglesia convincente que atraiga los hombres y las mujeres a Cristo que nos da la verdadera Vida, no hace falta"inventar" cosas llamativas. El camino es el amor y el amor de Cristo (no cualquier amor), el que se da hasta el extremo (Jn 13,1), hasta la cruz. Es ese amor el motor que nos puede llevar a hacer de nuestras actividades un imán hacia el Evangelio. Sin ese amor nuestras acciones terminan siendo pura hojarasca sin fruto.

Hablamos de conversión pastoral. Pues bien, ella pasa por aquí. No por hacer cosas y cosas, sino por amar al estilo de Jesús. Ojalá, inspirados en María, la Servidora de la Palabra, nosotros comunidad cristiana de este Siglo XXI, hagamos creíble el Evangelio mediante el testimonio del amor. Ocasión privilegiada tenemos en este Jubileo en el que las obras de Misericordia pueden mostrar lo hermoso de la Vida Nueva en Cristo.

P Flavio Quiroga

viernes, 15 de abril de 2016

Domingo del Buen Pastor

El domingo IV después de Pascua es también llamado del Buen Pastor y la Iglesia lo reserva para rezar por las vocaciones de especial consagración.

Se consideran tales aquellas a través de las cuales el Señor convoca a algunos bautizados a vivir una entrega total de sus vidas, a tiempo completo, por el Reino de los Cielos. Como Jesús que se dedicó pura exclusivamente a su difusión, hay cristianos que quieren imitarlo a pleno en esto. Estos son quienes están llamados al ministerio sacerdotal, también los que están convocados a la práctica de los concejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia ya sea perteneciendo a alguna comunidad de determinado carisma, ya sea viviendo en el mundo como laicos consagrados, perteneciendo al orden de las vírgenes o viviendo como anacoretas en absoluta soledad. Los hay también quienes viven estos tres votos de manera privada.

El Papa Francisco en este año nos recuerda que estas vocaciones especiales surgen de la espiritualidad del Bautismo. No son son fruto de merecimientos personales o premio a virtudes superiores. Nacen de la misericordia de Dios. Si son elegidos lo son porque el Señor los miró con misericordia (MV8)

Por otra parte también nos advierte que tales vocaciones se originan y se mantienen gracias a la mediación de la comunidad entera de la Iglesia. No se trata por tanto de ambiciones personalistas o egoístas que simplemente buscan la propia satisfacción. Y, porque nacen a través de la Iglesia tienen por objeto servirla. De esta forma, no se puede pretender vivir una de estas vocaciones como una relación exclusiva entre el candidato/a y Dios, en donde los demás no tienen nada que hacer; todo lo contrario. De allí que el servicio eclesial que de estas vocaciones se desprende está en orden a toda la Iglesia, incluso por encima de las particularidades de los propios carismas y lugares en los que la vocación surge.  El Papa dice: Nadie es llamado exclusivamente para una región, ni para un grupo o movimiento eclesial, sino al servicio de la Iglesia y del mundo. Un signo claro de la autenticidad de un carisma es su eclesialidad, su capacidad para integrarse armónicamente en la vida del santo Pueblo fiel de Dios para el bien de todos.

Siguiendo la invitación del Santo Padre recemos para que las vocaciones nazcan, crezcan y sean sostenidas por la Iglesia toda. Hagamoslo con confianza en Dios que siempre llama y con la esperanza de que los convocados respondan afirmativamente a lo largo de toda su vida.


Sepámonos todos parte del débil rebaño de Jesús que, pastoreado por Él, está llamado a entrar en las praderas del Reino de Dios con la certeza de que nadie puede arrebatarnos de las manos divinas (Cf Jn 27,30)


Mensaje del papa Francisco para la 53ª Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones (IV Domingo de Pascua, 17 de abril de 2016)

sábado, 9 de abril de 2016

Mensaje de la liturgia del Domingo (III de Pascua Ciclo C)

El tercer domingo de Pascua nos trae el apéndice del Evangelio de Juan, probablemente fruto de la mano de sus discípulos, más que del Apóstol mismo y nos relata la tercera aparición del Cristo resucitado. No es necesariamente la última, porque este apéndice termina diciéndonos que  que "Jesús hizo también muchas otras cosas. Si se las relatara detalladamente, pienso que no bastaría todo el mundo para contener los libros que se escribirían" (Jn 21, 25) Aunque este versículo no forma parte del texto litúrgico de hoy, ya nos da pie a pensar que la presencia de Jesús en la vida de la Iglesia no se agota nunca.

Volviendo al relato que nos propone la Iglesia viene articulado en dos partes, la aparición de Jesús en sí misma y la triple profesión de amor de Simón Pedro que concluye con la renovación de la vocación de este Apóstol.

En primer término puede llamarnos la atención el escenario donde se ubica el hecho. A diferencia de las apariciones anteriores no se da en una casa de puertas cerradas, como lo vimos el domingo pasado, sino a las orillas del lago de Tiberíades. La Iglesia ya no está encerrada. Para nosotros que pertenecemos a esta parte del planeta hasta nos puede sugerir que está expectante de encontrar otra costa a donde llevar el Evangelio.

Por eso podemos centrar el mensaje de la Liturgia de este domingo en la acción apostólica de la Iglesia y podemos concluir, en primer lugar que, sin Cristo, es infecunda. Los discípulos deciden ir a pescar, pero sólo con la presencia del Resucitado se produce la pesca. Más todavía, siguiendo las palabras de Cristo que le habla desde la orilla. No es por tanto, el primero de los Apóstoles el que la guía, sino el Señor resucitado. En el Evangelización de los pueblos no son nuestros personalismos los que cuentan, sino nuestra obediencia humilde al Señor; aunque muchas veces no lo veamos claro, como los discípulos en aquel amanecer. Nuestra obediencia a su voz y el amor que él nos tiene, pues es el discípulo amado el que lo reconoce cuando le dice a Pedro "es el Señor"

Pero cuál es el objeto del accionar apostólico de nuestra Iglesia. Pescar. Conseguir para Dios los hombres de todas las culturas de la tierra, atraerlos hacia él, como aquella red llena de peces que más adelante el autor detalla que se trata de ciento cincuenta y tres. Este número no es anecdótico; se trata de la cantidad de especies que se conocían en la antigüedad. Al traerlo a colación Juan se está refiriendo a la totalidad de los hombres y los pueblos.

Pescar hombres para el Señor no tiene otro objeto que darles la oportunidad de encontrar su felicidad vivir para Dios y ante Él en clave da alabanza eterna, aquella de la que nos habla la segunda lectura tomada del Apocalipsis. Una alabanza que para ser eterna no tiene que comenzar después de la muerte, al contrario, tiene que empezar desde ahora y debe abrazar a todos "las criaturas que están en el cielo, sobre la tierra, debajo de ella y en el mar" (5, 13) Llamativo versículo que, siguiendo la línea de la Encíclica Laudato Si, puede hacernos pensar en el cuidado de toda la creación. Toda ella es para alabar al Creador.

Esta alabanza es posible solamente gracias a la Misericordia de Dios que nos rescata de nuestros pecados. Siguiendo al Apocalipsis, tal Misericordia es gracias al Cordero que ha sido inmolado (Cf 5,12) Aquel que, según la Primera Lectura de la Misa de hoy, ha sido constituido "Jefe y Salvador, a fin de conceder a Israel (Pueblo de Dios) la conversión y el perdón de los pecados" (Hech 5, 31).

Así, el anuncio de la red en la que la Iglesia pesca a los hombres de todos los tiempos es la de la Misercordia y paradójicamente, esta red no aprisiona, sino que otorga la verdadera libertad, porque es la que ofrece el perdón de los pecados. La Iglesia obtiene sus pescados, perdonándoles sus pecados.

El Salmo de la misa nos habla de la "noche en que se derraman lágrimas" (29, 6) y de la alegría que renace a la mañana. Todo ello nos puede hacer recordar la noche de la traición de Pedro en la que este lloró amargamente. Esa oscuridad queda curada en este amanecer del que nos habla el Evangelio, cuando San Pedro le dice a Jesús que Él (Cristo) lo sabe todo y sabe que lo ama. Es hermoso darnos cuenta que esto mismo nos pasa a nosotros.

Le recemos a la Madre de Misericordia para que nuestro acción eclesial nos lleve a las orillas más lejanas llevando la Misericordia de Dios que tiene el poder de convertir nuestra vida y hacerla acorde a su amor. Es la mejor alabanza que podemos tributarle a nuestro Dios.

P Flavio Quiroga


domingo, 3 de abril de 2016

COMENTARIO AL EVANGELIO DEL DOMINGO II DE PASCUA, CICLO “C” Jn 20, 19-31


Hagamos juntos esta oración, invocando la ayuda al Espíritu Santo, para que esto que nos proponemos, llegue a ser semilla de nueva evangelización en nuestras vidas.

Espíritu Santo, visítame con tu Presencia densa y ligera, sacúdeme con tu azote semejante a una caricia, atráeme, con el imán de tu Amor, hacia la puerta estrecha por donde se entra al Reino inmenso e inefable del Amor de nuestro Padre Dios. Haz espacio en mí, para que resuene, como un eco, en el paisaje de mi cuerpo y de mi alma, la Palabra de Jesús, la única Palabra con poder de salvar. Visítame, Señor y Dador de Vida, para que pueda ser yo cauce de tu Vida en abundancia. Amén… amén… amén.

Proclamemos el Evangelio para este domingo: S. Jn 20, 19-31.

Al atardecer del primer día de la semana, los discípulos se encontraban con las puertas cerradas por temor a los judíos. Entonces llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: “¡La paz esté con ustedes!”. Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: “¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a Mí, Yo también los envío a ustedes”. Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: “Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan”. Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Los otros discípulos le dijeron: “¡Hemos visto al Señor!”. Él les respondió: “Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré”. Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: “¡La paz esté con ustedes!”. Luego dijo a Tomás: “Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: Métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe”. Tomás respondió: “¡Señor mío y Dios mío!”. Jesús le dijo: “Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!”. Jesús realizó además muchos otros signos en presencia de sus discípulos, que no se encuentran relatados en este Libro. Estos han sido escritos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo, tengan Vida en su Nombre.
Palabra del Señor…

¿Qué dice el texto? Le comparto un resumen que hice del comentario del padre Pedro Donoso [1]

Los discípulos se encontraban con las puertas cerradas por temor a los judíos. Suponemos que los once apóstoles están juntos, sin embargo también se puede presumir que posiblemente hubiese con ellos otras personas, pero estas no se citan. Los sucesos de aquellos días, siendo ellos los discípulos del Crucificado, les tenían temerosos. Esa es la razón por la cual se ocultaban y permanecían a puertas cerradas. Temía la intromisión inesperada de sus enemigos
Entonces llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: “¡La paz esté con ustedes!”. Con ello les dispensó lo que ésta llevaba adjunto (cf. Lc 24:36-43). San Juan omite lo que dice en evangelio de Lucas, sobre que no se turben ni duden de su presencia. Aquí, al punto, como garantía, les muestra “las manos,” que con sus cicatrices les hacían ver que eran las manos días antes perforadas por los clavos, y “el costado,” abierto por la lanza; en ambas heridas, mostradas como títulos e insignias de triunfo, tal así que Tomás podría poner sus dedos.
Jesús, entonces, le anuncia a los apóstoles que ellos van a ser sus “enviados,” como Él lo es del Padre. Es un tema constante en los evangelios. Ellos son los “apóstoles” (Mt 28:19; Jn 17:18, etc.). Jesucristo tiene todo poder en cielos y tierra y los “envía” ahora con una misión concreta. Los apóstoles son sus enviados con el poder de perdonar los pecados.
Al decir esto, “sopló” sobre ellos. Es símbolo con el que se comunica la vida que Dios concede (Gen 2:7; Ez 37:9-14; Sab 15:11). Por la penitencia, Dios va a comunicar su perdón, que es el dar a los hombres el “ser hijos de Dios” (Jn 1:12): el poder de perdonar, que es dar vida divina.
Aquí el regalo del Espíritu Santo a los apóstoles tiene una misión de “perdón.” Los apóstoles se encuentran en adelante investidos del poder de perdonar los pecados.
En esta aparición del Señor a los apóstoles no estaba el apóstol Tomás, de sobrenombre el mellizo. Si aparece, por una parte, el hombre de corazón y de arranque que relata san Juan 11:16. En el capítulo 14:5 san Juan lo muestra un tanto escéptico. Entonces se diría que es lo que va a reflejarse aquí. No solamente no creyó en la resurrección del Señor por el testimonio de los otros diez apóstoles, y no sólo exigió para ello el verle él mismo, sino el comprobarlo. Es así como el necesitaba ver las llagas de los clavos en las manos del Señor, y aún más, meter su dedo en ellas, lo mismo que su mano en la llaga del costado de Cristo, la que había sido abierta por el golpe de lanza del centurión. Entonces, sólo a este precio creerá.
Pero a los ocho días se realizó otra vez la visita del Señor. Estaban los apóstoles juntos, probablemente en el mismo lugar, y Tomás con ellos. Y vino el Señor otra vez, cerradas las puertas. San Juan relata esta escena muy sobriamente. Y después de desearles la paz "¡La paz esté con ustedes!", se dirigió a Tomás y le dijo: “Trae aquí tu dedo”: aquí están mis manos y le mandó que cumpliese en su cuerpo la experiencia que él exigía diciéndole: Acerca tu mano, métela en mi costado. En adelante, no seas incrédulo, sino hombre de fe.
Tomas exclamo: ¡Señor mío y Dios mío! Esta exclamación encierra una riqueza teológica grandiosa y hermosísima. Esta es un reconocimiento de Cristo, es un afirmación de quién es El.
Tomás fue reprochado, no porque el ver para creer sea malo, sino por haber rechazado el testimonio de los otros apóstoles que vieron. Para creer hay que verlo directamente, como los apóstoles, o indirectamente, como nosotros, que nos apoyamos en el ver y en la predicación solemne y pública de los apóstoles.
Dice el Señor: ¡Felices los que creen sin haber visto!  Es la bienaventuranza de Cristo a los fieles futuros, que aceptan, por tradición ininterrumpida, la fe de los que fueron elegidos por Dios para ser testigos oficiales de su resurrección y para transmitirla a los demás.

¿Qué me dice el Evangelio de hoy? 

Asustados y atemorizados, muchas veces testimoniamos la fe en Jesús, muerto y resucitado. Encerrados, escondidos y cómodos en nuestras casas vivimos la fe. Nos cuesta salir y testimoniar a otros que Jesús está vivo en medio de nosotros y que camina a nuestro lado. Nos preguntemos:

¿Tenemos fe en Jesús? Los discípulos de Jesús permanecían escondidos. Nosotros quizás estamos en un estado similar. Quizás leemos la Biblia, vamos a misa dominicalmente, e incluso hacemos algunas obras de caridad, pero no nos preocupamos de conocer más nuestra fe, sobre todo para saber dar razones de nuestra fe cuando es criticada o puesta en el banquillo del acusado. Quizás pensemos en la paz como ausencia de conflictos de cualquier tipo, y de preocupaciones. La paz cristiana no se opone a tales conceptos, pero también consiste en la tranquilidad de vivir cumpliendo la voluntad de Dios. Amigo y amiga, acojamos la paz del Señor. Sintámonos tranquilos aunque vivamos situaciones dolorosas, porque, Jesús nos ha dado su paz y así podrás responder a la pregunta de si tienes fe en Jesús. 

¿Nos alegramos de creer en Jesús resucitado? Muchas de las crisis de fe que vivimos hoy, están causada por el hecho de confundir la realidad con los sentimientos. Vivimos en la civilización del sentimentalismo. Amamos a nuestros familiares y amigos, no porque consideramos que ello sea un deber para con quienes nos aman, sino porque lo sentimos. Esta mentalidad puede atraernos desengaños y sufrimientos. De la misma manera que creemos que no experimentamos el amor a nuestros familiares con la misma intensidad cuando los abrazamos después de pasar tiempo sin verlos que cuando discutimos con ellos y nos enfadamos, sentimos que la intensidad de nuestra fe en Dios no es la misma cuando terminamos de vivir unas emotivas celebraciones (en Pascua, Navidad, Retiros espirituales y/o patronales), que cuando tenemos un grave problema que resolver, el cual nos produce una gran preocupación. Los discípulos de Jesús se llenaron de alegría cuando el Señor resucitó. ¿No son suficientes las pruebas del poder del Señor que vemos en el mundo y en nuestra vida para creer en la Resurrección de Cristo? Jesús forma parte de nuestra vida, lo vemos reflejado en nuestros prójimos, y lo recibimos en la Eucaristía. El Cuerpo de Jesús Resucitado no está sometido a las limitaciones que nos caracterizan a nosotros… Él está en todas partes.

¿Cómo servimos a Dios? Jesús nos da su paz y nos envía a evangelizar y a beneficiar a la humanidad. El Papa Francisco nos dijo al iniciar su ministerio petrino que el verdadero poder es servicio. La autoridad cristiana no es la lucha sin tregua de quienes desean ser poderosos para conseguir ver realizada su aspiración. La autoridad cristiana proviene de Dios, y por ello debe estar encaminada, a predicar el Evangelio, y a servir a quienes necesiten nuestros dones, espirituales, y, materiales. 

¿Qué le decimos a Jesús? ¿Qué respuesta damos a la Palabra del Señor en este domingo?

Para ir cerrando este comentario y oración con el Evangelio de este domingo 2° de Pascua del ciclo C, te invito a que hagamos esta oración:

Ven, quédate con nosotros, Señor, y aunque encuentres cerrada la puerta de nuestro corazón por temor o por cobardía, entra igualmente. Tu saludo de paz es bálsamo que hace desaparecer nuestros miedos; es don que abre el camino a nuevos horizontes. Dilata los angostos espacios de nuestro corazón. Refuerza nuestra frágil esperanza y danos unos ojos penetrantes para vislumbrar en tus heridas de amor los signos de tu gloriosa resurrección. Con frecuencia también nosotros nos mostramos incrédulos, necesitados tocar y ver para poder creer y ser capaces de confiar. Haz que, iluminados por el Espíritu Santo, podamos ser contados entre los bienaventurados que, aunque no han visto, han creído.
Jesús Resucitado, te pido por los hermanos enfermos, abandonados y que viven en condiciones extremas. Te pido por los niños y jóvenes. Por los ancianos y matrimonios en crisis. Danos esa paz que les diste a tus Apóstoles. Sopla en nosotros al Espíritu Santo y renuévanos con sus dones. Amén, amén, amén.

Gracias, amigo y amiga por este momento compartido. Ojalá el próximo domingo nos demos una vez más este tiempo para orar, reflexionar y comentar con el Evangelio del Domingo. Te saludo con afecto y recuerdo en la oración. Hasta otro momento y Dios nos bendiga. 
PBO. José Casimiro Torres