La lectura del Libro de los Hechos de los Apóstoles que la Iglesia nos propone para este Quinto Domingo de Pascua nos cuenta el final de la primera misión de Pablo y Bernabé. "En cada comunidad establecieron presbíteros y con oración y ayuno, los encomendaron al Señor en el que habían creído" (14, 23) Todo el texto nos va nombrando los lugares por donde van y cómo va creciendo la Iglesia con el testimonio de la Palabra de Dios.
Es hermoso ver ese crecimiento que sigue hasta el día de hoy y del que nosotros mismos debemos formar parte, porque a la lista de aquellas primeras comunidades se suma también la nuestra; con su identidad y su cultura.
Nuestra manera de ser como pueblo viene a sumarse a la inmensa riqueza de la Iglesia, vienen a engalanarla como la novia a la que se refiere el Apocalipsis en la segunda lectura de este domingo (21, 1-5) Sí, porque nuestro bagaje cultural es una riqueza en la manera de vivir, expresar y proclamar la fe de Cristo, aquella que nos entregó su Iglesia.
Una manera que nos es propia, pero que no nos encierra en un chovinismo, sino que nos abre a la comunión con otras formas de religiosidad. Nos hermana con otros que ven las mismas cosas pero tal vez desde otra perspectiva. Esto es lo que nos hace verdaderamente católicos, parte de la Iglesia fundada por Cristo y presente en cada pueblo que, desde su identidad, asume el Evangelio como un regalo que lo lleva a superarse constantemente.
Como aquellas primeras comunidades, como la de Antioquía desde donde Pablo y Bernabé partieron para evangelizar el mundo, nosotros también debemos testimoniar la Palabra Divina que hemos recibido. Pero nuestro testimonio no pasa por el hablar bien, ni por los grandes eventos que podamos generar para atraer mucha gente. Nuestro testimonio pasa por vivir el mandamiento nuevo del amor.
El Evangelio propuesto para este domingo nos lo trae (Jn 13, 31-35) y nos advierte por boca de Jesús "En esto reconocerán que ustedes son mis discípulos; en el amor que se tengan los unos a los otros" (v 35)
Si queremos ser una Iglesia convincente que atraiga los hombres y las mujeres a Cristo que nos da la verdadera Vida, no hace falta"inventar" cosas llamativas. El camino es el amor y el amor de Cristo (no cualquier amor), el que se da hasta el extremo (Jn 13,1), hasta la cruz. Es ese amor el motor que nos puede llevar a hacer de nuestras actividades un imán hacia el Evangelio. Sin ese amor nuestras acciones terminan siendo pura hojarasca sin fruto.
Hablamos de conversión pastoral. Pues bien, ella pasa por aquí. No por hacer cosas y cosas, sino por amar al estilo de Jesús. Ojalá, inspirados en María, la Servidora de la Palabra, nosotros comunidad cristiana de este Siglo XXI, hagamos creíble el Evangelio mediante el testimonio del amor. Ocasión privilegiada tenemos en este Jubileo en el que las obras de Misericordia pueden mostrar lo hermoso de la Vida Nueva en Cristo.
P Flavio Quiroga