domingo, 15 de mayo de 2011

Jornada de Oración por las vocaciones


El Domingo Cuarto después de la Pascua es reservado por la Iglesia de manera especial para pedir por las vocaciones sacerdotales y religiosas. Por aquellas personas que se preparan para consagrar su vida entera por el Reino de Dios; pero también por aquellas otras que ya están viviendo según los concejos evangélicos o ejereciendo el ministerio sacerdotal. Podríamos tener en cuenta a aquellos niños aún no nacidos, porque Dios hace su elección desde ahí: desde el vientre de la madre.

Pero no solamente debemos rezar por las personas que reciben y responden el llamado de Dios, sino también por sus familias. Porque las vocaciones consagradas nacen en hogares concretos que las ayudan o dificultan. Cada sacerdote, religioso o religiosa, vienen a este mundo en una familia, por eso pueden entender, ayudar, guiar y servir a quienes han formado un hogar con hijos. Los consagrados no son apátridas.

Orar para que en las familias se den vocaciones, implica también rezar por la propia. Porque tal vez Dios está llamando a uno de los hijos, a una de las hijas y hace falta generosidad para entragarle al Señor esa personita a la que tanto queremos.

En este Domingo, podríamos también percatarnos que la oración por las vocaciones también requiere de un compromiso en la vida cotidiana para alentarlas y acogerlas. Triste sería que recemos por un lado y por otro "desactivemos" el llamado de Dios. Sería tremendo por varios motivos. Porque tal vez estamos privando a la Iglesia del don de una persona consagrada; pero también porque herimos a quien quiere consagrarse.

Existen personas que, ante el indicio de vocación de un joven o un niño, tratan de disuadirlo, relativizando (aveces con desprecio) su inquietud. Hacer eso contribuye a frustrar a la persona; no porque se le impida ser sacerdote o religiosa. Puede ser que ni siquiera entre a la casa de formación o en el seminario, pero, al tratar como una estupidez un ideal, se hace sentir estúpido a quien lo concibió en su corazón y lo considera importante. Obrando así, se le hace perder seguridad en sí mismo; eso es frustrarlo, es hacerle daño. Toda persona necesita y tiene derecho a una autoestima alta. Cuando uno desalienta una vocación (cualquiera sea), destruye la imagen positiva que una persona tiene de sí misma. Por eso es tan nocivo obrar de esta forma.

Los niños y jóvenes, al rezar por quienes manifiestan una vocación consagrada o sacerdotal, deben mirarse también a sí mismos. Porque tal vez Dios los esté llamando. Para ellos, rezar por las vocaciones significa también orar por su propia disponibilidad.

Pongamos en el Corazón Sagrado de María, esposa de José, la vida y la vocación de los obispos, sacerdotes, novicios, seminaristas y la de todos los niños, niñas y jóvenes que sienten el llamado de Dios en su corazón