domingo, 1 de mayo de 2011

Domingo de la Divina Misericordia

Muchas cosas confluyen en el Segundo Domingo de Pascua de este año

En el Evangelio Cristo se hace presente a una comunidad de discípulos miedosos y con ello comenzará a transformar la vida de todos ellos. Esa presencia de Jesús que otorga el Espíritu Santo es la que hoy experimentamos en la Iglesia, comunidad de discípulos actuales. Llena de dificultades y defectos, esta comunidad cuenta con esa presencia, no como un premio, sino como una necesidad.

Este Jesús otorga su misión a la Iglesia: como el Padre me ha enviado, yo los envío a ustedes. Una de las tareas que Cristo transfiere es la del perdón de los pecados. "Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan". Precisamente en este Domingo celebramos a Jesús de la Divina Misericordia. Esta devoción nos invita a cultivar una confianza ciega en el Amor de Dios que perdona nuestros pecados y nos potencia para realizar un nuevo camino, una nueva vida. Pues bien, toda esa fuerza que proviene del Corazón Misericordioso del Salvador, se canaliza a través de sus discípulos, de su Iglesia. Sería penoso no aprovechar ese arrollo de luz que puede sanarnos.

La presencia de Jesús resucitado suscitará en sus discípulos una forma de vida que transformará sus vidas hasta en sus relaciones sociales. De ello nos habla el Libro de los Hechos: Todos los creyentes se mantenían unidos y ponían lo suyo en común: vendían sus propiedades y sus bienes, y distribuían el dinero entre ellos, según las necesidades de cada uno.

Es un dato para tenerlo en cuenta en este Día del Trabajador, porque el trabajo, o su ausencia, genera una serie de lazos entre las personas y las sociedades. Que esos vínculos donde puede hacerse presente lo más noble y lo más vil del hombre estén imbuidos de la presencia de Dios, es el desafío de todo creyente. Desafío cristalizado en el ejemplo de San José Obrero.

Finalmente hoy beatifican a Juan Pablo II, sin duda un Papa Obrero. Porque ejerció el trabajo manual en la difícil época de la Segunda Guerra, pero también porque contribuyó a la construcción de un Orden Social Mundial más justo. La caída del Muro y la Perestroika, lo reconocen como su silencioso artífice. Es el Papa que además instituyó la festividad de Jesús Misericordioso; por ese motivo es que es beatificado hoy.

Unámonos a toda la Iglesia en este acontecimiento tan importante y contemplemos en Juan Pablo II el trabajo de Jesús Misericordioso en este hombre de nuestro tiempo. Digo el trabajo de Cristo, porque Él es obrero y sus artesanías, finísimas y de alta calidad, podemos ser nosotros. Dejemos que sus manos moldeen nuestra socieda, nuestro corazón, nuestro presente y nuesro futuro. Que sanen también las heridas de nuestro pasado.