viernes, 9 de abril de 2010

Divina Misericordia de Jesús

Este Domingo, el Segundo después de Pascua, la Iglesia nos invita a celebrar la Divina Misericordia de Jesús.

El 22 de Febrero de 1931, Santa Faustina Kowalska, religiosa de la Congregación de las Hermanas de la Caridad de la Madre de Dios, recibió una serie de revelaciones en las que Jesús le instaba a propagar la devoción a su Divino Corazón Misericordioso. En Él existe lugar para todo pecador arrepentido, por grande que sea.

Esta devoción fue propugnada por el Papa Juan Pablo II, después de muchos años de silenciamento. Karol Wojtyla la conocía ya que las revelaciones se produjeron en Polonia, su tierra natal.

Jesús nos invita a acercarnos a su Corazón Misericordioso con una confianza sin límites, centrando nuestra vida no en los pecados con que ofendimos a Dios, sino en el Amor del Señor por nosotros los pecadores. No tengamos reparos ni temor de acercarnos a Él, sobre todo a través del Sacramento de la Confesión.

Es interesante que le demos un vistazo al Evangelio que la Iglesia propone a sus hijos para este Domingo, Juan 20, 19-31. Es aquel en el que se cuenta la aparición de Jesús resuscitado a los discípulos que estaban encerrados y miedosos. En aquella ocasión estaba ausente Tomás que no cree en el Resuscitado, porque no lo ha visto.

En esa oportunidad Jesús les dice a los Apóstoles reunidos: "Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen y serán retenidos a los que ustedes se los retengan"

De modo que es Cristo mismo quien pone en las manos de su Iglesia esta Misericorida a la que nos invita a través de estas revelaciones. Acercarse a Jesús de la Divina Misericorida es acercarse a la Iglesia.

Esta Iglesia, fundada por Él, debe ser consecuente con el Corazón de Cristo. Dicho de otra forma y más claramente, debe ser misericordiosa.

Muchos tenemos que dajar de lado esa imagen deforme de la Iglesia, constituída por un puñado de puritanos obsesionados con el pecado y el infierno.

Debemos atrevernos a recibir la gracia de ser una Iglesia de brazos abiertos, de manos llenas de pródiga y prodigiosa Misericordia. No una conmiseración complaciente y cómplice del mal, sino la Misericordia que viene de lo alto. Aquella que busca y produce la salvación de los hombres.

Roguemos a la Madre de Misericordia, como la llamamos en la Salve, que ruegue por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Le pidamos no solamente estar prontos a recurrir a la Misericordia de su Hijo, sino que también lo estemos para entregársela a nuestros hermanos