Jesús nos invita a donar
el perdón, ya que gratuitamente hemos sido perdonados, entonces también
gratuitamente debemos perdonar. Antes nos pide llamar la atención a quien se
equivoca o se porta mal. Lo primero requiere de fortaleza, valor pero sobre
todo caridad; es lo que llamamos “corrección fraterna”. Lo segundo es
aparentemente más fácil porque sólo hemos de perdonar; pero no es tan así. Hay
muchas personas que hoy por hoy no pueden perdonar. Pero sucede también que nosotros
mismos podemos estar equivocados o portarnos mal; entonces es a nosotros a
quien nos deben practicar la corrección fraterna; el tema es si la recibimos
bien y si pedimos perdón. Como siempre, sale al encuentro de nuestra fragilidad
Dios con su ayuda. Por la fe podemos superar las limitaciones que descubrimos
en cada uno; por la fe caminamos por oscuras quebradas; por la fe animamos a
otros a seguir su marcha; por la fe -alguien dijo- somos invencibles. Es así
que todos los días hemos de suplicar al Señor que nos aumente la fe.
Seguramente que donando y recibiendo el perdón, pero desde nuestra fe, seremos
hombres y mujeres serviciales, que hacemos lo que hacemos no para que nos
recompensen o para que nos dediquen una calle, inmueble, etc. Todos lo hemos de
hacer para gloria de Dios, bien de nuestras almas y salvación de nuestros
hermanos. Nada más. San Ignacio de Loyola enseñaba y practicaba que todo debía
ser hecho “para mayor gloria de Dios” y a la pregunta de para qué hemos sido
creados por Dios, nos decía: “El hombre ha sido creado para alabar, hacer
reverencia y servir a Dios Nuestro Señor, y mediante esto, salvar su alma”. Que
el perdón (donado y recibido), la fe (como virtud o fuerza sobrenatural) y la
servicialidad (actitud perseverante) nos hagan ser verdaderamente felices y
auténticos.
Pbro. José Casimiro Torres
Colalao del Valle