Es la primera vez que me dirijo a ustedes por medio de la Carta a los Cristianos. Deseo hacerlo comentando las palabras de San Agustín en uno de sus sermones sobre la misión de los pastores de la Iglesia: "Ten caridad, predica la verdad" (Sermón 78,6). Es tarea que nos corresponde a quienes hemos recibimos el don de este ministerio para el servicio de su pueblo. Es compromiso que asumo como Obispo electo de esta circunscripción eclesiástica: con la gracia de Dios y la unción del sacramento; con ustedes, a quienes pido me sostengan con su oración y cercanía en mis limitaciones, de modo que todos podamos desplegar adecuadamente nuestras posibilidades.
Somos humilde pueblo de Dios. Con nuestro Papa Francisco soñamos "una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización del mundo actual" (La alegría del Evangelio, 27). Nos corresponde continuar edificando la Igleisa en el Valle desde comunidades de iniciación que, engendrando en la fe, alimenten la conversión continua de los bautizados, promoviendo el desafío de "comunicar la vida de Jesucristo" (Aparecida, 386), fomentando la conciencia bautismal, vocacional y carismática de cada cristiano y su llamado a la misión permanente en lo concreto de la existencia: familia, trabajo, sociedad, cultura.
Es también nuestra misión valorar cada vez más el acompañamiento y la cercanía, el gesto amoroso, la disponibilidad del tiempo para la edificación de nuestro mundo. Viviendo como vivamos, haciendo lo que hagamos, pensando lo que pensemos, cultivemos siempre la fraternidad que constituye la "casa común", el hogar de la fe, la Iglesia al servicio del Reino de Dios, apoyando nuestra acción pastoral en la sacramentalidad de la vida. Porque la vida es sagrada, don de Dios que nos corresponde cuidar en todos de sus estados, en cualquiera de sus situaciones.
La sabiduría humilde de la Biblia nos lo indica. El hombre -varón y mujer- es tierra [adam] que recibe y da vida [eva], campo para ser sembrado y cultivado. Cultivemos la vida en todas sus dimensiones, cuidémosla particularmente en sus etapas más frágiles, generemos esta cultura. Es el culto que a Dios le es grato. Porque este s nuestro origen, de aquí venimos (ab-origine), es lo que nos sostiene y sustenta. De esta tierra somos todos aborígenes: campo delicioso [eden], preparado para el cultivo, jardín florido y huerto hermoso en el que germinan las semillas, crecen las plantas, dan fruto los árboles, conviven creativamente las personas de buena voluntad. Y qué mejor para darse que entre nosotros, quienes vivimos en esta pago de cosecha hermosa (clachaquí), valle fértil (yokavil), donde habita el sol (antofagasta), cerca del cielo (animana), cielito custodiado entre los cerros (chicoana).
P José Demetrio Jiménez, OSA