Comenzamos la Semana Santa con la Celebración del Domingo de Ramos.
Se trata de la Semana Mayor del cristianismo en la cual recordamos el punto álgido de nuestra redención. La Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo. En realidad toda la vida de Jesús, segundo a segundo, es causa y oportunidad para nuestra salvación. Dicho de otra forma, gracias a Él podemos realizarnos plenamente. Plenamente significa, alcanzar una felicidad que comienza muy imperfectamente aquí, pero que explota más allá de nuestras posibilidades y expectativas en la eternidad, junto a Dios.
La Semana Santa muestra hasta qué punto Dios estuvo y está dispuesto a jugarse por cada uno de nosotros. Es una historia que comenzó en el vientre de María, cuando ella dijo: "Eh aquí la servidora..." Es en esta Semana donde se fragua todo ese misterio, llegando al máximo y por eso mismo es donde llega también a plenitud la Maternidad de la Virgen.
A lo largo de las celebraciones, que son tan particulares en el Norte Argentino, no confundamos compasión con compromiso. Es decir, no pensemos que estas celebraciones tienen como objeto producir en nosotros un estado emocional de tristeza o lástima por lo que le hicieron a Jesús. Al contrario, descubramos en ella lo que nuestra fe nos propone: contemplar cómo nos amó hasta el extremo y qué consecuencias debiera tener en nuestra manera de vivir la consideración de ese amor.
El misterio de nuestra salvación pasa por dos amores. El divino hacia nosotros, inmerecido, inalcanzable y el nuestro. Con el primero es con el que ya contamos y es el que reluce en la Semana Santa. El otro está en nuestras manos, es nuestra respuesta ineludible y obligatoria.