En este año el Santo Padre ha recomendado que presentemos a los santos como auténticos testigos de la Fe.
En este sentido es particularmente provechoso conocer sus biografías para aprovechar el tesoro de sus personas, de tal manera que nosotros también aspiremos a una vida cristiana auténtica, dicho de otra forma, a una vida santa.
Es necesario que cada vez más veamos a los santos, hermanos ya glorificados en el cielo, como ejemplo y estímulo, ya que hoy se nos presentan modelos de conducta caracterizados por la falta de personalidad. Gente que simplemente se deja arrastrar por la corriente del momento y la moda, corriendo desesperadamente tras el éxito. Éxito entendido solamente como riqueza económica, o como un darse todos los gustos, sin tener ningún disgusto; como si todo comenzara y terminara aquí, sin ideales, sin sentido.
Todos los santos han sido personas cotidianas, cuyo máximo valor consiste en haber sido auténticos seguidores de Cristo, a costa de grandes sacrificios y gestos heroicos, en medio de un mundo tan oscuro como el actual. Por eso, es muy penoso que nosotros mal entendamos su culto reduciéndolos a "milagreros" que usamos según nuestras necesidades.
Es cierto que debemos invocar a los santos en circunstancias particulares, por ejemplo cuando estamos enfermos o sin trabajo, pero sin olvidarnos de su forma de vida, de su testimonio cristiano.Una devoción que olvide esto es raquítica, cuando no egoísta. Una devoción mal entendida que solo piensa en valerse de "cualquiera" que le haga un milagro, sin replantear el estilo del propio vivir.
Los milagros y gracias que nos consiguen los santos no son para safar, son para agradecer y ser más generosos con los demás y con lo que Dios nos pide.
Roguemos a María, Reina y Madre de todos los Santos que a través de su intercesión no solamente solucionemos nuestros problemas temporales, sino que aprendamos a vivir santamente en medio de ellos.