Si lo pensamos detenidamente, se trata de la prolongación de su presencia, bajo apariencias escandalosamente humildes: el pan y el vino, por un lado y la humanidad de sus sacerdotes por el otro.
Es impresionante ver cómo Jesús escogió estas pequeñeces para acompañar al mundo hasta el fin y no eligió maneras más imponentes o impresionantes. Tan pequeñas y humanamente despreciables son estas presencias que nosotros, las rodeamos de una serie de decoros. No es que esté mal hacerlo; son una ayuda para nuestra debilidad humana que le cuesta subir hasta tan altos misterios y, paradójicamente, son la expresión de haberlos vislumbrado borrosamente.
Como sea, nunca dejarán de ser un desafío y una fuente de crecimiento para nuestra fe. Aquella fe en la que alcanzamos la salvación gratuitamente y en la que podemos descubrir al Cristo que hoy acompaña a la Iglesia y al mundo.
Para redescubrir estos misterios, nada mejor que nuestra oración meditativa en el diálogo profundo, personal y comunitario al que nos invita la Iglesia en el Jueves Santo.
Queremos dejarles, entre nuestros materiales para pastoral, este esquema de Hora Santa que bien pueden utilizar ese día o cualquiero otro.