“María conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón” (Lc 2, 19 )
La Iglesia nos invita a celebrar a María, Madre de Dios en el primer día de cada año y esto debe hacer muy especial el comienzo de cada uno de ellos.
María, que conserva estas cosas y las medita en su corazón es una imagen preciosa para imitar en este principio de año. En efecto, llegados a este punto de cada una de nuestras historias es importantísimo que aprendamos a mirar en el fondo de nuestros corazones los sucesos que hemos protagonizado. No se trata de un ejercicio de la facultad de la memoria solamente, sino que es un recuerdo meditativo. Tampoco es una reflexión simplemente humana sobre los acontecimientos del año y los años anteriores.
Guardar las cosas y meditarlas al ejemplo de María, implica descubrir en ellas las manos providentes de Dios que nos ama.
Sí, porque en todas las cosas que nos pasaron y pasan está Dios. Incluso en aquellas que, a primer golpe de vista, nos pueden parecer negativas. María no sólo guardaba el anuncio del ángel, la visita de los pastores que contaban la aparición del coro celestial cantando el gloria. María también recordaba y meditaba las angustias de San José, el decreto autoritario del Emperador que los había puesto en la tremenda situación de recibir al Niño en un pesebre para animales. Esto no amargaba el corazón de la Madre Inmaculada, no la desalientaba, ni la resentía. No la bajoneaba, ni la deprimía, porque sabía que todas las cosas son queridas, o por lo menos permitidas por Dios, en vistas al bien de los hombres. Aunque ese bien, todavía esté lejano. Aunque se lo descubra como tal dentro de varios (tal vez muchos) años.
Nosotros debemos imitar a la Virgen en esta virtud de la meditación de los acontecimientos de la propia vida. Habrá cosas que ya están claras, pero otras muchas que no. Lo mismo le pasaba a Ella. Las que estaban esclarecidas, seguramente las agradecía y las que no, las esperaba con la confianza de quien sabe es amado por Aquel a quien pertenecen el tiempo y la eternidad.
Hagamos lo mismo.
Que descubrir la mano providente de Dios, incluso en el dolor, confiar en ella, nos impulse a trabajar constantemente por el bien de nuestros hermanos y por nosotros mismos, sin dejar lugar al odio y las venganzas; más bien a la esperanza de la redención, del cambio, de la conversión.
Feliz Año Nuevo para los hijos de la Madre de Dios ¿Hay alguno que no lo sea?