martes, 20 de julio de 2010

Dios, nuestro amigo

"Amigo que nunca falla" es una frase que, hasta no hace mucho tiempo, solía figurar en imágenes de Jesús

La sagrada Escritura dedica muchísimos pasajes a la amistad y, en particular, a la amistad con Dios. Dios es nuestro amigo, alguien con quien podemos entablar una charla, un amigo que conoce toda nuestra intimidad.

Ese Dios amigo se nos hace más cercano en el rostro humano de Jesús, rostro que está en el fondo de todo hombre que viene a este mundo. Si lo pensamos más detenidamente, rostro que subyace en las facciones de nuestros amigos.

Pero este amigo nuestro dista mucho de ser un compinche y, mucho más, de ser un cómplice. Sí, porque no se contenta ni busca un contacto superficial o momentáneo con nosotros, sino todo lo contrario. Procura nuestro bien, pero el bien profundo, ese que está más allá de "pasarla bomba"

Dios es un amigo que nos lleva a madurar como personas, haciendo lo que Él nos pide. Todo lo que requiere de nosotros es para arrancarnos de nuestras inmadureces egocéntricas. Es un amigo que procura nuestro perfeccionamiento. Sin embargo, estaríamos errados si pensamos que es sólo amigo de los perfectos. Efectivamente, una de las cosas que escandalizaba a los fariseos era que era "amigo de pecadores" y, en la noche de la tracición, a Judas lo trata con este apelativo: "amigo". Amigo seguirá siendo Simón Pedro y los Doce que lo abandonan el momento más crítico de su vida. Ni más, ni menos: Jesús es amigo de pecadores, pero para redimirlos, no para dejarlos esclavos de la maldad, ni hundirlos más en el pecado. Es el amigo que libera con su Misericordia.

Siguiendo un poco con el Evangelio del Domingo pasado, todos estamos invitados a sentarnos a sus pies, como María, hermana de Marta y Lázaro. Lázaro a quien Jesús también llama expresamente "amigo". Amigo ante cuya tumba llora y a quien resucita después de cuatro días de fallecido.

El Domingo que viene también Jesús nos hablará de Dios como amigo, cuando enseñe el Padrenuestro a sus discípulos. Alguien que no se desentiende de nuestras necesidades, dispuesto a dar el mayor de los dones a quienes se lo pidan, el Don del Espíritu Santo. Amigo que se preocupa por "el pan nuestro de cada día", de perdonarnos como perdonamos, de no dejarnos caer en tentación y librarnos del mal.

Sepamos recurrir siempre a Él, a nuestro amigo por excelencia