Vocaciones
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domingo, 11 de julio de 2010
EL EVANGELIO DEL DOMINGO (15 TO, "C")
Primera: Si debo amar a Dios con todo mi corazón, y si todo mi amor está en amar a Dios, entonces ¿con qué amor voy a amar al prójimo? Ya le di todo el corazón a Dios, entonces ya no tengo corazón para amar al prójimo. Esa pregunta es una típica pregunta de niño, pero no deja de apuntar a una realidad profunda. ¿Cómo puedo estar totalmente dedicado a Dios, y al mismo tiempo estar pendiente de las otras personas? Y hay una segunda pregunta perecida a esta, amar a Dios es amar el bien, la luz, la verdad, la belleza, la santidad, la grandeza, el poder, a aquel que me hace bien.
Segunda: ¿Cómo puede Dios pretender que estuvieran tan unidos esos dos amores? Porque Él nos manda, prácticamente en una sola orden, que unamos dos amores que son tan distintos; mientras que amar a Dios parece evidente, amar al prójimo parece a veces una tarea, un ejercicio muchas veces penoso.
¿Cómo se van a unir estos dos amores? ¿En qué corazón caben estos dos amores?
O sea que ya tenemos dos preguntas. La primera, si amo a Dios con todo el corazón, ¿qué corazón me va a quedar para amar al prójimo? Y la segunda: siendo tan distintos Dios y el prójimo, ¿cómo se pretende que un mismo corazón los ame a ambos?
Intento de respuesta: Yo creo que esta palabra "misericordia" nos ayuda a responder nuestras preguntas de niño. Me explico. La segunda es la que da vueltas y vuelatas en el corazón: "¿Cómo hago para amar a un Dios bueno, infinito, grande, y un prójimo tan limitado, tan mala clase a veces, tan complicado, tan difícil de querer?"
La palabra que une esos dos amores, el amor que une esos dos amores, es el mismo amor que unió la naturaleza divina y la naturaleza humana de Cristo en una sola persona, es amor de misericordia.
Si nosotros pensamos en el amor en términos de admiración (que esa es una especie de amor, es el amor con el que uno se enamora, la admiración por un bien), ese amor no va a servir para pegar estos dos amores tan distantes, porque precisamente el prójimo, cuando es difícil de amar, es porque no le veo nada de admirable, sino al contrario, de reprensible, de fastidioso.
Entonces si uno tiene en la cabeza el amor, la admiración, no hay manera de pegar esos dos amores, porque siempre debo sentir que admiro y admiro más a Dios, y me va a fastidiar más y más el prójimo, y entre eso voy a intentar refugiarme en Dios, y cuando ya sienta que estoy allá con Dios, entonces Dios me dice: "¿Y tu prójimo?". Aquí comienza la verdadera respuesta de esas dos preguntontas... Animate a hacer la experiencia del amor misericordioso de Dios que se une en el amor al hermano o hermana.
(Fray Nelson Medina op, resumida por Pbro. José Casimiro)