Es importante, sin embargo, evitar una mirada rutinaria. El que la Iglesia proponga un especial énfasis sobre alguno de los misterios de nuestra fe en fechas o meses especiales tiene como finalidad profundizar en el conocimiento y el amor de esos mismos misterios. Es decir, todo lo contrario al tedio de la rutina.
Cuán importante será entonces para nosotros revivir y revitalizar esa devoción tan grande dedicada al Corazón de Jesús. Una devoción que dista mucho de ser un sentimentalismo barato, porque es la respuesta a ese Corazón Divino que se consume de amor por nosotros. Amor, no sentimientos pasajeros.
En este mes, en el que se clausura el año sacerdotal, mirar hacia el Corazón de Jesús puede ser particularmente fecundo, precisamente porque es Corazón Sacerdotal.
Recordar y tener en cuenta que el Sacerdocio, nace y consiste en el amor del Corazón de Jesús, según la feliz expresión de San Juan María Vianney, el Santo Cura de Ars (Patrono de los sacerdotes), puede ayudar tanto a los presbíteros como a los laicos, religiosos y obispos a valorar este don tan grande para la Iglesia y la humanidad.
Este Don, no depende de los hombres, ni ellos lo consiguen, ni merecen; aunque sí los desafía y los estimula permanentemente hacia la santidad. El ministerio coloca a los consagrados en un camino de santificación caracterizado por la Pascua (que implica crucifixión y resurrección), donde no es extraña la experiencia de las caídas y mucho menos la de levantarse apoyados sólo en Dios; Dios que nos tiende la mano redentora a través de muchos hermanos, sacerdotes, religiosos y laicos.
El Don del Sacerdocio es una riqueza no tanto para los que han sido ordenados, cuanto para sus hermanos. En efecto, ningún sacerdote puede absolverse solo, pero puede absolver a todo el que se arrepiente de corazón. La Misa que celebra nunca es un acto privado, siempre es un hecho eclesial (de toda la Iglesia), aunque él esté solo en una capilla; nunca se da misa a sí mismo. Más todavía, nunca puede rezar una misa como a él se le antoje, sino como se lo manda Cristo a través de la Iglesia. No es dueño, sino servidor de la Eucaristía. El sacerdote es sacerdote para Dios, para los demás, antes que para sí mismo. Por eso el Orden Sagrado es una gracia que el ordenado recibe, para ponerla a disposción de sus hermanos.
Toda esta grandeza de la que hablamos y de la que tantos hablaron hasta el punto de escribir libros enteros sobre ella, no depende del cura, sino del Corazón de Jesús. Él es su causa, fuente y fin. El hombre ha sido asociado, por la acción misericordiosa del Espíritu Santo, a ese Corazón Sacerdotal. A partir de esa asociación, realizada en la Ordenación, el consagrado está a disposición de los pecadores y comprometido en una lucha tenaz contra el pecado. Y la batalla más aguerrida y cruel contra el mal, se libra en el interior de su propio corazón.
Cuánta necesidad tiene entonces el sacerdote-hombre de la oración y el aliento de sus hermanos en el Bautismo.
Miremos entonces el Corazón Sacerdotal de Jesús en este mes, para acercarnos a Él y recibir su insondable misericordia, la cual nos llega, necesariamente y por voluntad divina, a través de un hermano peregrino en la Iglesia que es el cura. Ayudémoslo en su caminar y dejémonos ayudar por él en el nuestro.