Santa María, 2 de febrero de 2017
Malaquías 3, 1-4; Salmo 23; Hebreos 2, 14-18; Lucas 2, 22-32
Dos viejitos en el templo, Simeón y Ana. Es la escena que nos presenta el Evangelio.
Acudían todos los días, casi se pasaban la vida ahí. Hace años que esperaban… Llegó
el tiempo. De entre la gente que transitaba en ese momento por el templo, solamente
ellos se dieron cuenta…
SIMEÓN era un varón «justo y piadoso», que «esperaba el consuelo de Israel»…
«Justo» es quien hace justicia. La JUSTICIA es en su raíz reconocimiento de lo que se es
y agradecimiento a quien nos ha concedido ser lo que somos. ¡Somos HIJOS de Dios!,
su IMAGEN: lo que somos por gracia de Dios lo somos. Quien se reconoce así confía en
el que le ha dado la vida y adhiere su persona a esta Buena Noticia. Por eso mide su
actuar desde la bondad amorosa de Dios. El justo vive porque «Dios es fiel» (Habacuc
2, 1-4), no nos abandona, le interesamos, NOS AMA, quiere que lo amemos, ama que lo
queramos...
Dios, además, nos tiene «piedad» (Isaías 30, 18), SE ACUERDA de nosotros, nos favorece,
nos tiene en cuenta, se comunica. A nosotros, que somos su imagen, nos corresponde
ser un poquito como Él, ASEMEJARNOS lo más posible...
Simeón «esperaba el consuelo de Israel». La ESPERANZA se fundamenta en la memoria
de todo lo que Dios ha hecho por nosotros (Romanos 5, 1-2). Nos hace formar parte de
su pueblo, nos ofrece su casa, no nos deja en la intemperie. Y es también nuestro
CONSUELO en la aflicción (Salmo 119, 50).
Simeón ha entendido esto. Precisamente su nombre significa «el que sabe escuchar».
ANA era «profetisa». Profeta es quien proclama –dice en voz alta- lo que Dios le
manifiesta. Ana es mensajera, enviada, misionera, APÓSTOL. Su nombre significa
«compadecida», aquella de quien Dios se ha acordado y ha tenido en cuenta.
De Simeón -el varón justo y piadoso- y Ana – la profetisa- se pueden decir las palabras
del profeta Malaquías: preparan el CAMINO de quien entra en el templo para proclamar
«el día del Señor». DÍA que se anuncia como «fuego del fundidor», «lejía de los
lavanderos». Él «se sentará para FUNDIR Y PURIFICAR», como se depura el oro, como se limpia la plata. Y los purificados «serán para el Señor los que presentan la ofrenda
conforme a la justicia».
Simeón y Ana, dos viejitos SABIOS, verdaderamente «ANCIANOS»: quienes van «delante»
porque son de «antes», quienes no se quedan atrás, en el pasado, sino que miran el
presente con confianza, el futuro con esperanza.
Justos, piadosos, profetas que RECONOCIERON a María y José acercándose al templo
con Jesús. De entre la gente que transitaba en ese momento por el templo, solamente
ellos se dieron cuenta… María y José, que solamente podían hacer la OFRENDA DE LOS
POBRES: «un par de tórtolas o de pichones de paloma». No tenían para un cordero ni
una ofrenda más ostentosa. Lo que importaba era la vida que ofrecían: JESÚS.
¿QUÉ significa para mí hoy, ahora y aquí, la contemplación de esta escena? Dos
ancianos, un varón con su esposa que acuden a presentar a su primogénito al Señor
en el templo de Jerusalén para cumplir la Ley. Ellos lo hicieron para dar GRACIAS a
Dios POR LA VIDA, vencedora de la muerte que rondaba el parto, que no pudo ni con la
mujer ni con el niño, y que ha de ser desterrada de la vida. Por eso es «fiesta de la
purificación».
En mí QUÉ pueden más, ¿las obras que traen vida o las obras que traen muerte? ¿DE
qué tendré que ser purificado? ¿Tendremos que serlo nosotros, personal y
comunitariamente?
La escena de Simeón y Ana muestra que este MESÍAS humilde y sencillo, presentado
modestamente en el templo cuarenta días después de haber nacido, no quiere entre
sus seguidores a cualquiera.
- Las personas INDIFERENTES ante la suerte de los demás, engreídas, soberbias,
chismosas, falsas, dañinas, mentirosas… no sirven para su Reino.
- Él «no vino para socorrer a los ángeles, sino a los descendientes de Abraham…
a hacerse SEMEJANTE en todo a sus hermanos…», dice la Carta a los Hebreos.
- Él quiere gente que se IMPLIQUE en hacer progresar la vida, en disipar con su
luz las oscuridades de la muerte.
Para ello es necesario APRENDER A ESPERAR, como Ana y Simeón. Pacientes, ¡toda una
vida sin perder la esperanza!, sin dejarse embarrar la existencia por el desánimo, sin
fijarse demasiado en los malos, reconociendo a los buenos, manteniendo la gracia de
la generosidad, sin intereses egoístas.
¿SEREMOS nosotros del grupo que, como Ana y Simeón, espera en el Señor? ¿CAPACES
de reconocerlo como se presenta, sencillo, hijo de una familia humilde? ¿O
esperaremos otro mesías que Jesús? ¿Lo reconoceremos en los «PEQUEÑOS» hermanos
suyos con quienes se identifica? ¿Nos preocuparemos por ellos? ¿Nos interesan?
En este tiempo de fiesta y vacaciones, ¿SABEMOS de quienes no tienen ni fiesta ni
vacación? ¿Qué pasa con nuestros ENFERMOS, que tienen que irse lejos para atender la
precariedad de su salud? ¿Podremos tener entre nosotros la inversión debida y la
ATENCIÓN correspondiente? ¿O nos interesarán más otras cosas? ¿Nos PREOCUPARÁ más una llamativa cartelera de festival que los recursos destinados para la sanidad, la
educación, la vivienda, el cuidado de nuestros ancianos, el agua para beber y regar, el
cultivo de nuestros campos, la forestación de nuestros desmontes, el cuidado de la
tierra?
¿Tendrán más CABIDA entre nosotros el negocio de la diversión que la salud pública,
los anticonceptivos que la educación sexual, el presevativo que el tratamiento
adecuado de las enfermedades?
¿Y nuestros ancianos? ¿Les atendemos como corresponde? ¿Les escuchamos? ¿Les
acompañamos? Porque ellos son «nuestros» y nosotros somos «suyos»…
¿
Y nuestros niños? ¿Somos los grandes verdaderamente «adultos», es decir, crecidos
en años y madurez, en entendimiento y discernimiento, para que no eludamos nuestra
responsabilidad en su educación? Porque ellos son «nuestros» y nosotros somos
«suyos»…
¿Y nuestros adolescentes? ¿Les estaremos cercanos para que podamos echarles una
mano? Porque ellos son «nuestros» y nosotros somos «suyos»…
¿Y nuestros jóvenes? ¿Y las consumiciones en los bailes? ¿Y el contenido de los
tragos? ¿Y las pastillas? ¿Y la marihuana? ¿Y la cocaína? Porque ellos son «nuestros»
y nosotros somos «suyos»…
¿Estaremos como IGLESIA a la escucha del Señor y le pediremos su luz para entender
la Buena Noticia, comprender nuestro mundo, querer a las personas? NOSOTROS,
quienes estamos de este lado del altar, Y las autoridades que ocupan las primeras
sillas en esta celebración, Y los papás y las mamás, Y las personas que se dedican a la
docencia, Y las fuerzas de seguridad del Estado (locales, provinciales, nacionales), Y
las amas de casa, Y los trabajadores, Y los empresarios, Y los desempleados… Porque
nosotros somos «suyos» y ellos son «nuestros»…
¿Y ustedes, adolescentes y jóvenes, a quienes con frecuencia se les QUEMA la vida por
la frenética velocidad de «ir a no se sabe dónde ni para qué», gente buena, con valores
hermosos, con posibilidades inmensas… a quienes intereses ajenos e insensateces
propias ponen en RIESGO de echar a perder lo mejor de cada uno? Porque hay gente
que les quiere, que se alegran de sus éxitos, que les acompañan en sus fracasos, que
les duelen sus extravíos, para quienes el mundo no sería igual si ustedes no
estuvieran… Porque ellos son «de ustedes» y ustedes son «de ellos»…
En nuestra Iglesia de la Prelatura proponemos para este 2017 un AÑO VOCACIONAL. Un
tiempo pastoral dedicado a orar, reflexionar y discernir el LLAMADO que Dios nos hace
a su seguimiento (somos «discípulos» de Jesús) y la misión que nos encomienda
(somos sus «apóstoles») como ministerio («servicio») en su Iglesia.
Proponemos PROMOVER una «cultura vocacional» al estilo de Jesús de Nazaret. Por
cultura vocacional entendemos el propósito de CULTIVAR entre nosotros un ambiente de
fe que proponga:
- Que estamos en el mundo por voluntad de Dios y vivimos por PROVIDENCIA suya, no
por accidente ni por casualidad, no por azar ni abandonados a la arbitrariedad. La
vida es SAGRADA, no se debe desperdiciar ni manipular…
- Que Dios nos ha otorgado una serie de dones para el enriquecimiento de la
COMUNIDAD («carismas») y que hemos de encarnar en servicios concretos
(«ministerios»).
- Que estamos llamados a cultivar nuestra fe desde VALORES como el servicio, la
humildad, la gratuidad.
Simeón y Ana, dos ancianos «sabios», que DEGUSTARON en la vida el mejor de los
sabores: reconocer sencillamente al Mesías humilde. Justos, piadosos, profetas que
supieron ver a María y José acercándose al templo con Jesús. Y que solamente podían
hacer la OFRENDA DE LOS POBRES: «un par de tórtolas o de pichones de paloma». No
tenían para un cordero ni una ofrenda más ostentosa. Pero lo que importaba era la
vida que se ofrecía: JESÚS.
UN DETALLE INTERESANTE: Jesús viene al templo… El templo solamente cumple su
función si en él está Jesús. Nuestra Iglesia solamente es fiel a Evangelio si en ella está
Jesús, si tiene más cabida su BUENA NOTICIA que nuestras malas intenciones, su
GENEROSIDAD que nuestras mezquindades, su BONDAD que nuestras maldades, su
JUSTICIA que nuestros rencores, su HUMILDAD que nuestras soberbias, su SENCILLEZ
que nuestras arrogancias, su POBREZA que nuestras riquezas, su AMOR que nuestros
egoísmos…
¿Qué le OFRECEREMOS nosotros al Mesías que habita en el templo de nuestros
corazones y en este templo santamariano dedicado a su Madre, Virgen de la
Candelaria? ¿Nuestras cosas o nuestro CORAZÓN? Porque si algo parece claro es que a
Dios no se lo compra. Por eso tampoco se ha de comprar ni vender la dignidad de
ninguno de sus hijos.
Este año 2017 será, además, año electoral. Hagamos que la POLÍTICA cumpla entre
nosotros su misión: articular las diferencias según un proyecto común. ¡Dignifiquemos
su nombre! Hermanos SANTAMARIANOS Y VALLISTOS, de Yokavil y Calchaquí, habitantes
de este hermoso «valle fértil», ciudadanos de una sociedad con raíces ancestrales,
curtidos por generaciones en el trabajo y la generosidad, en el respeto de las
tradiciones, en el cuidado de la vida, en la siembra de esta cultura:
- Que no nos separen los sectarismos partidistas, formemos COMUNIDAD, seamos
pueblo, hagamos campaña por el bien, la verdad, la justicia, la honestidad, el
amor…
- Que nadie manipule la vida de nadie, que no se compre ni se venda la dignidad,
que se RESPETE la condición de los más pequeños, que en verdad sea Dios
nuestra riqueza y las personas el más grandioso PATRIMONIO de nuestro
pueblo…
Dos viejitos en el templo, SIMEÓN Y ANA. Es la escena que nos presenta el Evangelio.
De entre la gente que transitaba en ese momento por el templo, solamente ellos se
dieron cuenta. ¿Lo RECONOCERÉ yo? ¿Y usted? ¿Y nosotros?
Que la luz de la CANDELA de nuestra Madre –hermosa y morena- nos ilumine:
- Que no cerremos los ojos;
- Que podamos ver claro el horizonte, con esperanza, con justicia, con piedad.
Amén.
P. José Demetrio Jiménez, OSA Obispo Prelado – Prelatura de Cafayate