La Fiesta de los Reyes Magos, como tradicionalmente llamamos a la celebración litúrgica de la Epifanía (Manifestación), tiene en los Valles Calchaquíes un colorido muy especial. Es tan entrañable esta fecha que configura y mantiene nuestra identidad.
El Evangelio nos habla de unos magos de Oriente. Vienen siguiendo una estrella que se detiene en el lugar donde estaba el niño. Es un fenómeno astronómico extraordinario: este cuerpo celeste no es como los demás. Excede a todo fenómeno natural. Es signo de algo más profundo, es signo de la fe de los Pueblos Paganos.
Con motivo del cincuentenario del Concilio Vaticano II, el Santo Padre nos invita a reflexionar sobre la fe. Si bien es cierto el año dedicado a ella comenzará en Octubre, nosostros podemos ir preludiando el tema a partir de este fenómeno astral tan particular.
Sin dejar de lado los interesantes estudios sobre la estrella de Belén, podemos interpretarla como la fe de los que, con sincero corazón, buscan la Verdad.
Los magos son hombres de ciencia y a partir de la luz de su inteligencia humana han descubierto una luz superior. Ello implica la humildad de dejarse iluminar sin ensobervecerse en los propios conocimientos. Por eso más que científicos son sabios: no se quedan en la cáscara de los acontecimientos y fenómenos naturales, ven más hondo y se dejan enseñar.
Lo llamativo de estos hombres es que son de origen pagano. El descubrimiento de la estrella es, por lo tanto, fruto su aservo cultural.
Esto nos da la pauta que la fe es un don que el Espíritu Santo da no solamente a personas individuales, sino a pueblos enteros. Es lo que se llama Semillas del Verbo, presentes en toda cultura humana; incluso en aquellas que no tienen raigambre judeo-cristiana.
Así por ejemplo, nuestros pueblos precolombinos tuvieron también esas Semillas de Verdad puestas por la mano misma del Creador. Sus valores y verdades son fruto de la acción divina en los sabios corazones a pesar de los errores en que pudieron haber caído. Estas Semillas los llevaron a descubrir al Dios verdadero en cuanto les fué anunciado, incluso en medio de la hojarasca humana que en muchos casos opacó su luz aunque en otros la mostró en todo su esplendor.
Como los magos de Oriente, nuestros sabios americanos, fueron capaces de descubrir en el Niño pobre de Belén al Hijo de Dios, Paz y Reconciliación de la humanidad sufrienete; la fuente de su libertad y la razón de ser de su existir.
No en vano el cristianismo arraigó tan fuertemente entre nuestra gente tan simple y por eso mismo tan sabia.
Vivamos esa fe cuya vivencia y expresión es única en el mundo y por ello nos identifica y aúna. Encontremos en esta tierra nuestra al Niño en los brazos de su Madre que es también nuestra.